El esquivo encanto de las exportaciones avícolas

Países latinoamericanos sueñan con exportar de manera sostenida sus productos a mercados de alto poder adquisitivo.

Ahora hay que pensar también en las realidades del mercado: ¿para dónde irá todo ese pollo? Foto de Benjamín Ruiz.
Ahora hay que pensar también en las realidades del mercado: ¿para dónde irá todo ese pollo? Foto de Benjamín Ruiz.

Una de las tradiciones de año nuevo – que igual se repite de tanto en tanto a lo largo de cada vigencia – es escuchar a los gremios avícolas y a las autoridades de varios países latinoamericanos expresar que “pronto” o que se “está en la vía correcta” de abrir mercados foráneos de calidad (entiéndase Norteamérica, Europa occidental o algunos países asiáticos ricos como Japón, Corea del Sur o Singapur, cuando no los estados árabes petroleros) para la carne de pollo, los huevos y sus derivados.

Por eso, con más deseo que realismo, se generan por estos días noticias de diversa índole y orígenes. Por ejemplo, la agencia EFE reportaba una vez más que el pollo paraguayo podría (tal vez en 10 años, si se hacen las inversiones apropiadas) llegar a venderse en Emiratos Árabes Unidos, lo que puede ser viable si se tiene en cuenta que las avícolas guaraníes ya exportan a 12 países – así sean africanos casi todos – a los que se llega con cortes de poco valor.

Además, Paraguay cuenta con la ventaja de ser prácticamente autosuficiente en la producción de granos, pero todavía con problemas de competitividad por falta de mayores volúmenes exportables y por su posición geográfica e infraestructura que elevan los costos logísticos. Y si para Paraguay hay problemas, qué decir de Colombia, donde la infraestructura en transporte sigue siendo insuficiente y todo el alimento para las aves es importado (algo muy parecido le pasa a Perú); o de Bolivia, que si bien produce sus propios granos (sobre todo soya), la iniciativa privada de exportar depende de una autorización del gobierno central, lo que le torna un proveedor incierto para un mercado globalizado.

Mención aparte merece el caso hondureño, donde desde 2014 se está detrás de la apertura del mercado estadounidense para sus pollos, cosa que se ve, tanto para los centroamericanos como para los suramericanos ya mencionados, como un anhelo por lo menos incierto si se le agregan dos variables que todavía no se han mencionado aquí, siendo una de ellas de vieja data y la otra más bien reciente. La primera es la barrera sanitaria (por la prevalencia de Newcastle, principalmente), y la segunda es política: el carácter proteccionista que tendrá el nuevo gobierno de la primera potencia económica del mundo, por lo menos en los próximos cuatro años.

Seguir en la lucha

Ante este panorama, sorprenden algunas declaraciones como la que hiciera hace unos días la ministra colombiana de Comercio, María Claudia Lacouture, afirmando que “Colombia está lista para exportar a Estados Unidos” todo lo que ya no entraría allí por las guerras comerciales entre potencias económicas que parecen inevitables. Casi al mismo tiempo, la presidenta del Consejo Privado de Competitividad, Rosario Córdoba, tuvo que salir a recordarle que Colombia es el segundo país más caro en la región para exportar en general; aunque tiene un sector avícola vigoroso, pero dependiente además del mismo grano norteamericano.

Por el lado peruano, se destaca la afirmación del nuevo presidente de la Asociación Peruana de Avicultura (APA), Apolonio Suárez Orbezo, quien en su discurso de posesión para el periodo 2017/2018, afirmó que “para acceder a nuevos mercados, trabajaremos para lograr la elegibilidad para exportar a Estados Unidos, esto en la práctica será como aplicar a una certificación internacional de nuestro sistema, con esto, el primer beneficiado será el consumidor local”. Obviamente, no será una tarea de logro inmediato, pero es la visión que se debe tener a pesar de todo.

En Bolivia se presentan grandes “empolladas”; son cíclicas las quejas por exceso de producción de carne de pollo y los consiguientes bajos precios. Una válvula de escape sería exportar, pero es el gobierno quien decide cuándo y cuánto se puede exportar. A mediados de enero, el ministro de Desarrollo Rural y Tierras, César Cocarico, autorizó la exportación de hasta 4,000 toneladas de pollo “porque existe una sobreproducción del producto”, algo que habían pedido desesperadamente los avicultores desde el tercer trimestre de 2016.

Lista la autorización del gobierno boliviano, ahora se enfrentan las empresas avícolas a la pregunta de hacia dónde, de si se cumplen o no los estándares sanitarios y si es rentable hacerlo, empezando por una inevitable realidad: el país está rodeado de tres grandes exportadores (Brasil, Argentina y Chile) y de otros dos con iguales o mayores ganas de vender fuera su pollo: Perú y Paraguay.

No obstante todo lo anterior, el anhelo de exportar y trabajar por ello no pueden desaparecer en los avicultores bolivianos ni de los otros países latinoamericanos señalados en este informe ni en cualquier otra nación hermana que vea allí otro filón de progreso. Lo nuevo es que en un entorno de incertidumbre comercial global como el que se vive, se antoja un tanto más difícil alcanzar esa meta, pues ya no solamente se debe luchar contra las propias debilidades competitivas o las barreras sanitarias y políticas.

Ahora hay que pensar también en las realidades del mercado: ¿para dónde irá todo ese pollo que no recibirá más Estados Unidos o cualquier otro país industrializado o bloque comercial que decida cerrar fronteras como represalia? En un primer momento, puede haber demasiado pollo disponible en el mundo, lo que bajaría drásticamente los precios y haría inviable económicamente la exportación.

Llama la atención que naciones con afán exportador como Honduras y Paraguay, cuenten con consumos internos per cápita de pollo todavía muy bajos para los promedios mundiales y americanos (entre 17 y 21 kilogramos anuales). Mientras se trabaja en ser mejores y lograr la aceptabilidad en los grandes mercados – que se antoja por ahora más esquiva que nunca – parece prudente centrarse en el crecimiento de sus propias plazas y, si se puede, arañar destinos más modestos y menos quisquillosos. Algo así como seguir en lo que se está.

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