La avicultura en Argentina y sus perspectivas

Con motivo de la realización del XXII Congreso Latinoamericano de Avicultura en Buenos Aires, Argentina entre el 6 y el 9 de septiembre de 2011, es fundamental conocer la actualidad avícola en este país a la hora de situarse en el contexto donde se realizará este congreso. Para ello, se ha entrevistado al Sr. Roberto Domenech, Presidente del Centro de Empresas Procesadoras Avícolas que representa a la industria del pollo.

La avicultura en Argentina tenía una capacidad de producción que se modificaba según la época del año, por el avance de la genética, o por el costo del alimento balanceado: en días, cambiaba la oferta de pollo.
La avicultura en Argentina tenía una capacidad de producción que se modificaba según la época del año, por el avance de la genética, o por el costo del alimento balanceado: en días, cambiaba la oferta de pollo.

Con motivo de la realización del XXII Congreso Latinoamericano de Avicultura en Buenos Aires, Argentina entre el 6 y el 9 de septiembre de 2011, es fundamental conocer la actualidad avícola en este país a la hora de situarse en el contexto donde se realizará este congreso.

Para ello, se ha entrevistado al Sr. Roberto Domenech, Presidente del Centro de Empresas Procesadoras Avícolas que representa a la industria del pollo.

Una década, una vida 

La industria avícola argentina ha registrado un crecimiento sostenido en esta década apoyado sobre un fundamento sólido: los planes estratégicos. Concluye una década con un impactante crecimiento: sólo en 2010, registró una faena diaria de 2,500,000 de aves, un consumo interno de 37 kg/hab/año, 310 mil toneladas de exportaciones y 67 mercados internacionales abiertos, la obtención de créditos para el sector y la puesta en marcha del segundo proyecto estratégico 2010-2017. Además, ha logrado anexarse a un proyecto aún mayor: el proyecto nacional.

Hace unos 10 años, era muy difícil conseguir mercados externos. “Éramos un sector competitivo, pero, cuando salíamos al mundo, todo lo que queríamos vender era caro y todo lo que nos ofrecían era barato. Éste era el síntoma más evidente de que la convertibilidad era inviable”.

En todos los sectores de la economía argentina, la convertibilidad condujo a un proceso de concentración en favor de los más poderosos. En el sector agropecuario, muchos pequeños y medianos productores quedaron en el camino. Sin embargo, al margen del modelo económico, “la avicultura presentaba, en el seno mismo de su actividad, dos debilidades muy graves que sufríamos incluso antes de la convertibilidad: la primera, y la más importante, eran sus crisis endémicas, estrechamente vinculadas con la segunda dificultad, la incapacidad del sector para administrar su inventario”, señala el presidente del CEPA.

La avicultura tenía una capacidad de producción que se modificaba según la época del año, por el avance de la genética, o por el costo del alimento balanceado: en días, cambiaba la oferta de pollo. En ese contexto, cuando aparecía una sobreoferta con una demanda moderada o baja, los productores comenzaban a perder parte del capital de trabajo. “Automáticamente, los productores reducían su producción y bajaban los precios. Esto provocaba que el consumidor aumentara su demanda. Pero cuando crecía la demanda, el sector se tomaba revancha. El consumidor no era fiel: venía cuando le convenía y se iba cuando el precio volvía a subir. Jugábamos en contra de la relación que queríamos tener con el consumidor”.

Hacia fines de 2001, explota definitivamente el modelo económico provocando una crisis social e institucional. Allí se decide poner punto final a uno de los más dañinos modelos económicos implementados.

“Luego de la salida de la convertibilidad, tuve que enfrentar dificultades como, por ejemplo, la imposibilidad de conseguir maíz o soja; pero, además, había otra dificultad no menos importante: ¿cómo iba a pagar sus deudas el productor? En esa década el país salió muy rápido de lo que fue, prácticamente, su quiebra”. En el segundo semestre de 2002, comenzaron a evidenciarse algo de normalización, en gran medida, merced a la aceptación del cambio de modelo económico y la pesificación.

En el último trimestre del año, Domenech, pese a estar dentro de la función pública, mantenía un vínculo muy cercano con el sector avícola. Es por eso que comenzó a pedirle al Centro de Empresas Procesadoras Avícolas un proyecto para el sector. “Cuando les insistía a los encargados del CEPA que diseñaran un proyecto, lo hacía teniendo presente la función pública que estaba desarrollando. Pero, ¿cómo vamos a poder llevar adelante una política si el propio sector no puede clarificar qué es lo que quiere? Lo cierto es, entonces, que para pedir políticas, primero hay que tener un proyecto. Y lo que sucedía en la avicultura era que cada uno tenía un proyecto particular”.

El día después de mañana 

De los análisis que se hicieron de la situación que atravesaba la avicultura, surgieron algunas conclusiones: “Para salir de las crisis recurrentes, para comenzar a revertir el presente, teníamos que tener mayor participación en la exportación, ampliar nuestro mercado, no limitarnos sólo al mercado interno y, además, esta participación debía ser importante en relación a nuestra producción. Desde lo productivo, teníamos todas las posibilidades, pero lo que no teníamos era un precio internacional competitivo”.

“Había que instalar al sector avícola dentro del proyecto país. Y en este punto surge otra de las razones que explican cómo se revirtió la situación. La avicultura se involucró en un proyecto nacional, dejó de pedir soluciones mágicas, dejó de lado la actitud infantil de pedir las soluciones “al otro” y decidió adueñarse de su destino.

“Hoy vemos que el pollo está dentro de los planes y proyectos de nuestros funcionarios, que no sólo registran la importancia del sector, sino que incluso está dentro del proyecto de agregación de valor de las materias primas que produce el país. Además, el pollo dejó de ser una carne ‘sustituta’ y pasó a ser una carne ‘alternativa’, un cambio que era imprescindible y necesario”.

Domenech decidió volcarse de lleno a cambiarle el rostro a la avicultura. Para ello, volvió a la presidencia del CEPA. Allí, contó con la colaboración de algunas personas que compartieron el diagnóstico y comenzaron a delinear lo que sería la piedra angular del cambio: el primer plan de desarrollo sectorial de 2003-2010. “Había que saber con precisión dónde estábamos. Para ello, hicimos un inventario: cuántas aves quedaron, cuánta producción teníamos, etc. El sector había quedado muy debilitado, la convertibilidad lo había diezmado; para 2003 había quedado con una producción estimada entre 720 mil y 730 mil toneladas. La segunda tarea fue clarificar a dónde se quería llegar. El objetivo era un crecimiento del 10% anual, es decir, pasar de las 720 mil/730 mil toneladas de 2003 a 1,350,000 toneladas en 2010. Esto equivalía a casi duplicar la producción. Además, nos propusimos que para el 2004 teníamos que tratar de reducir la capacidad ociosa”, detalla Domenech.

Al mismo tiempo que se comenzaron a delinear estas pautas, surgieron beneficios anexos: “veníamos de una avicultura ‘canibalizada’, si lográbamos estos objetivos sabíamos que iba a generar un crecimiento para todos los productores. Hasta ese momento, las empresas o los productores esperaban que sus competidores quebraran o salieran de la producción para que se generara el hueco en el mercado. Así fue como perdimos a las principales empresas. En cambio, tener un proyecto estratégico, generaba una oportunidad de crecimiento y la tranquilidad para todos. Porque la canibalización, además de ser un desastre, genera una enorme desconfianza entre todos. Un proyecto como el que diseñamos, por el contrario, generaba confianza en el sector y para el sector”, asegura el dirigente.

La salida de la convertibilidad, además, trajo consigo otro beneficio esencial para la avicultura: “durante ese período, nos sucedía que todo lo que queríamos vender era caro y todo lo que nos vendían era barato. Luego eso se revirtió. Nuestro costo de producción hacía que tuviéramos que vender nuestra mercadería a US$1,100 por tonelada, mientras que con la pesificación podíamos venderla a US$650 por tonelada y con rentabilidad. Hasta ese momento ingresaban pollos al país a US$700/750 por tonelada desde Chile o Brasil. Estos países se llevaban nuestro maíz y nuestra soja, lo transformaban en pollo y lo ingresaban en una escala de precios que hacían estragos en nuestro mercado; con la convertibilidad pasaron a tener un precio imposible para nuestro mercado interno”, explica.

El despegue 

“A partir de todos estos cambios, comenzamos a crecer con una velocidad superior a la que habíamos previsto. Habíamos logrado una estabilidad de precios gracias al cambio de rumbo en las políticas, que permitió generar una fidelización del consumidor y, al mismo tiempo, se dieron dos hechos trascendentes para el crecimiento definitivo: el primero, fue la disputa entre el gobierno de Néstor Kirchner con el sector ganadero; el segundo, la aparición de la influenza en Tailandia, el segundo exportador mundial de carne aviar, y su retiro del comercio internacional”, explica Domenech.

El sector avícola se encontró con un mercado interno que demandaba todo lo que se producía y con un mercado internacional que tenía que buscar en Brasil el sustituto de Tailandia. Brasil entregó todo lo que pudo, pero al no ser suficiente, comenzó a mirarse a la Argentina y, luego, a Chile.

“Nosotros habíamos ido a países como Rusia o Vietnam, buscando mercados para nuestro producto. Todos nos decían que teníamos que esperar. Los japoneses, nos habían dicho que estábamos quintos en una lista de posibles vendedores, pero eso significaba tener que esperar quince años. De repente, comenzamos a recibirlos queriendo comprar lo que fuera”.

Esa fue la oportunidad que tanto tiempo había esperado la avicultura argentina. “La pudimos capitalizar sólo porque teníamos un proyecto de crecimiento. Además, hay que destacar el mérito de la gente de comercio exterior de todas las empresas que estaban en la exportación que, sin ninguna organización, entregaron ‘algo’. Finalmente, nos quedamos con 60 mercados abiertos en el mundo, o sea, 60 países a donde fue el pollo argentino”.

El año 2005 terminó alcanzando el millón de toneladas de producción, un número impensando, aún para el programa previsto. Esto equivalía a adelantar dos años el programa diseñado. De 2003 a 2005, la avicultura argentina había crecido casi un 50%. Estos índices de crecimiento se mantuvieron estables y ya en 2007, por todo el impulso y crecimiento sostenido, se registró otro hecho importantísimo: se había llegado a lo previsto para 2010. Es decir, tres años antes se había llegado a la meta de 1,340,000 toneladas y además, “con un consumo en el mercado interno de casi 27 kg/hab/año. En cuanto a la exportación, las cifras rondaban las 240 mil/250 mil toneladas”, resalta Domenech.

Luces y sombras 

Los éxitos no frenaron las ansias de crecimiento. Para 2008, se volvieron a programar los objetivos. “Ese año partimos de 1,340,000 toneladas e hicimos una proyección para 2010 con un crecimiento del 10%. Aunque se anunciaba un año espectacular, tanto en el mercado interno como externo, en octubre estalló la burbuja financiera en Estados Unidos que se expandió por el resto del mundo. Pudimos manejarnos con el concepto estratégico que comenzamos a construir en 2003”, asegura Domenech.

Esta es otra de las grandes diferencias que tiene la avicultura con otras actividades agropecuarias. Ha logrado orientarse al futuro, no quedarse sólo en las cuestiones urgentes. “Como señalaba al principio, las crisis no nos permitían elaborar ninguna estrategia, era todo coyuntura, eran todas urgencias. Cuando dijimos ‘planifiquemos’, estábamos diciendo, al mismo tiempo, desarrollemos estrategias de crecimiento; esto es, abrir nuevos mercados, saber cómo comportamos ante la inminencia de una crisis, cómo adelantarnos a ella y cómo preparamos para afrontarla. Todo esto es lo que pudimos aplicar en 2008”, manifiesta el titular del CEPA.

Otra herramienta con la que contó la avicultura, es la habilidad para establecer acuerdos con el Gobierno Nacional. Así, cuando en 2006 –y luego en 2007–, comenzó una vertiginosa subida de los precios de todos los commodities que provocaba el aumento del precio de los alimentos, la avicultura estableció un acuerdo estratégico con el Gobierno para garantizar el precio del pollo. Se realizaron acuerdos para el pollo y para la carne. Conclusión: en 2008, con compensaciones, la contracción en las exportaciones no nos pegaba tan fuerte porque, de alguna manera, representaba el 16 al 17% de nuestra producción (se exportaron 280 mil toneladas). Trabajamos, manejamos precios en el mercado interno, e incluso, operamos debajo de los precios del acuerdo que teníamos por dos meses. La respuesta del consumidor fue espectacular. Allí dimos otro salto, quebramos la barrera de los 30 kg/hab/año, pasando a los 31 kg/hab/año”, explica Domenech.

Para enero de 2009, comenzaron los signos de reactivación en el mercado internacional. Volvían algunos pedidos. En abril de ese mismo año, ya estaba casi recompuesta la demanda mundial. Finalmente, 2009 cerró con 290 mil toneladas de exportación, con un consumo interno de 34.5 kg/hab/año y una faena anual de 2,300,000 pollos por día.

El presente y el futuro 

Nuevamente, 2010 fue otro año con excelentes noticias para la avicultura, no sólo por las 310,000 toneladas de exportación, o porque el consumo interno llegó a los 37 kg/hab/año; tampoco porque cuando se había reprogramado en 2008 el proyecto se había estimado llegar a las 1,680,000 toneladas, y se superaron las 1,700,000 toneladas, o los 2,500,000 de pollos faenados por día, sino, porque la avicultura, otra vez, mira hacia el futuro e insiste en la planificación a largo plazo.

“Este año hemos lanzado el proyecto 2011/2017 que implica una inversión de no menos de US$600 millones, con un crecimiento del 6% que nos colocará, en 2017, en las 2.5 millones de toneladas, distribuidas en 600 mil toneladas de exportación y con un consumo en el mercado interno de 44 kg/hab/año, dividido en dos: la primera, 39.5 kg/hab/año para 2013 y, la segunda, 44 kg/hab/año para 2017. ¿Qué quieren decir estos números? Los 39.5 kg/hab/año es lo que consumió Brasil en 2009 y los 44 kg/hab/año, es lo que consumió Estados Unidos en 2009. Es decir, que nosotros aspiramos, en 2013, a llegar al consumo que tuvo Brasil en 2009, y en 2017 llegar al consumo que tuvo Estados Unidos en 2009. Son números posibles. Más aún, si tenemos en cuenta que Brasil tiene un consumo de carne bovina de 32 kg/hab/año y Estados Unidos 41 kg/hab/año; si en Argentina el consumo de carne bovina se estabilizará en los 56/58 kg/hab/año creo que tranquilamente podemos absorber y aportar estos 44 kg/hab/año”, explica Domenech.

En cuanto a las 600 mil toneladas de exportación, Domenech señala que el mundo comercializa hoy 9 millones de toneladas de pollo y, seguramente, para el 2017 crecerá hasta las 11-11.5 millones de toneladas anuales. “Esto implica una participación en el comercio mundial del orden del 5%. Los números son asombrosos. “Lo que le envidiamos a Brasil en la década del 90, hoy lo comenzamos a tener nosotros”, asegura Domenech.

Si hoy, el negocio se va orientando hacia márgenes más pequeños, escala y alta rotación de capital, es fundamental financiar las inversiones, que son las que posibilitan aumentar la escala y que, a su vez, mejoran la alta rotación de capital. “Los objetivos para los próximos años serán reducir los costos, sobre todo en los commodities, y el pollo vivo y eviscerado, porque ese es el producto que permite agregar trabajo y, por ende valor, y de esta manera alcanzar el objetivo que tiene el país para aumentar su perfil exportador. Eso no se puede hacer de otra forma que con financiación”, asegura.

Es por ello que, desde hace tres años, a la avicultura se le comenzaron a dar los créditos que nunca había habido. “Hoy, ya tenemos siete proyectos presentados para los créditos del Bicentenario, que son para empresas grandes, medianas y chicas. Al mismo tiempo, comienza a surgir la financiación privada. En otras palabras, estamos frente a un nuevo escenario. El estar incluido dentro del proyecto nacional, implica, además, una modificación del análisis de riesgo de la actividad, porque es el país el que está seguro que es importante el desarrollo de la avicultura, no sólo porque demanda mano de obra, no sólo porque es una excelente carne alternativa, sino también porque el país está naturalmente dotado para producirlo y exportarlo al mundo. El riesgo se ha acotado”, comenta Domenech.

En cuanto a las políticas de negociación internacional, también se han registrado cambios decisivos. Hoy, contamos con 67 mercados abiertos para nuestra producción. Estamos por firmar acuerdos con Cancillería para tener una fuerte presencia en las negociaciones internacionales. Estamos bien posicionados en las negociaciones con la Unión Europea por ser además una oportunidad de agregar mayor valor cortando el pollo, dado que la UE lo que demanda es pechuga y, desde allí, se construye el precio de la pata-muslo, las alas, y todos los diferentes cortes”, detalla Domenech.

Las políticas provinciales también comenzaron a aparecer en el horizonte, ya que las provincias como Santiago del Estero, Chaco y Formosa están deseosas de impulsar esta actividad en su territorio. “Se nos ofrecen beneficios para galpones, capacitación para los trabajadores, facilidades para la adquisición de tierras, eximición de impuestos por determinados años, etc.”, refiere Domenech.

Además, se debe mencionar el trabajo que se está realizando junto al SENASA. “Hay todo un trabajo georreferencial de las granjas que va a permitir una rastreabilidad de la reproductora al huevo incubado, un seguimiento de todos los pollos que va a tener una influencia en la bioseguridad”.

Todo esto implicó otra transformación decisiva: contar con la infraestructura necesaria para hacer frente a este crecimiento. Teníamos que saber si había dónde hacer el alimento balanceado, si alcanzaban las fábricas que teníamos y cuántas más requeríamos, cuántos galpones necesitaríamos para criar esa cantidad de animales, y cuánto debíamos crecer”, puntualiza el dirigente.

Cuando se repasan los éxitos obtenidos por la avicultura a lo largo de la última década, se comprueba que el azar tuvo muy poco que ver; los logros son la consecuencia del trabajo serio y profundo y, sobre todo, de asumir el protagonismo y trazar el propio destino para la actividad. Concluye Doménech: “la transformación que vivió la avicultura en Argentina en estos últimos diez años, no había sucedido en los cuarenta años anteriores”.

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