¿Listos para sincerar el comercio del maíz amarillo?

La incertidumbre comercial que plantea para el mundo un Estados Unidos proteccionista, podrían abrir la brecha para que el mercado de este insumo avícola en América Latina sea más transparente y competitivo.

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Del presidente Trump muy pocos esperan algo bueno. Las opiniones mayoritarias, por lo menos fuera de Estados Unidos, oscilan entre la incapacidad y la mala fe al momento de evaluar sus decisiones. Sin que sea santo de mi devoción, creo que podría terminar sorprendiéndonos en varios frentes al hacer (o forzarnos a hacer) lo correcto… así sea por las razones incorrectas.

Pero vamos al grano: el pensamiento político del actual liderazgo de la mayor economía y potencia militar del mundo, propiciaría que en Latinoamérica – los que vivimos aquí también somos americanos, Mr. Donald revisemos nuestras propias decisiones comerciales con el fin de eliminar odiosas dependencias, diversificar riesgos y ganar algo de verdad y dignidad en el proceso.

En el caso del maíz amarillo duro, insumo que constituye más del 70 por ciento del alimento concentrado para la industria avícola, los mayores exportadores están en América sí señor, Trump, en toda América pues EEUU, Argentina y Brasil comparten el pódium global.

Ya México encendió las primeras luces y está tomando muy en serio la posibilidad de comprar este cereal en Suramérica. Otros países latinoamericanos estarían más que dichosos de seguir su ejemplo, siempre y cuando al espíritu de integración económica regional se le agregue el pragmatismo de la ventaja comercial.

Por ejemplo, los avicultores colombianos desearían importar maíz de Mercosur porque lo consideran de mejor calidad y más fresco, pero no pueden a pesar de estar tan cerca, ya que deberían pagar un arancel del 60 por ciento. Gracias al TLC con EEUU importan 2.6 millones de toneladas sin impuesto; las restantes 1.8 millones que necesitan, las traen de allá mismo, del Norte, pagando “apenas” un 14.5 por ciento.

Esta y otras disonancias llevaron hace poco a que el Banco Interamericano de Desarrollo, en su asamblea anual celebrada en Paraguay, pidiera que se liberara el 20 por ciento del intercambio comercial dentro de nuestra región que todavía está sujeto a aranceles, para aumentar competitividad. Según Santiago Levy, vicepresidente del BID, “hacerlo no cuesta dinero, sino voluntad política y capital administrativo”.

Entrados en gastos, pues sincerémonos del todo y eliminemos el veto al maíz transgénico (y ojalá a todos los cultivos de este tipo), medida populista que sostienen algunos gobiernos latinoamericanos en México y Bolivia, entre otros. No solamente es obsceno mantener a nuestros agricultores condenados a la ineficiencia por temores ficticios; también es una gran hipocresía prohibirlo como cultivo en nuestros campos, al mismo tiempo que se autoriza su importación como alimento ante la creciente demanda y la pobre producción interna.

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