¿Será infinita la confianza del consumidor?

El llamado “trato ético a los animales” en lo que tiene que ver con la producción de alimentos, sigue sin poder garantizar una credibilidad sólida, pues a falta de normas claras, con controles pertinentes y confiables, todavía se mueve en las aguas cenagosas de la buena fe, en tierra de nadie donde cualquiera puede salir airoso con una que otra triquiñuela bien maquillada.

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El llamado “trato ético a los animales” en lo que tiene que ver con la producción de alimentos, sigue sin poder garantizar una credibilidad sólida, pues a falta de normas claras, con controles pertinentes y confiables, todavía se mueve en las aguas cenagosas de la buena fe, en tierra de nadie donde cualquiera puede salir airoso con una que otra triquiñuela bien maquillada.

Ya informamos aquí de las quejas que desde Australia hacían medios de comunicación sobre la falta de rigor para certificar sus huevos libres de jaula. El cuestionamiento más reciente viene también del primer mundo, esta vez desde España, donde varias avícolas se están lucrando de forma dudosa gracias a la candidez y desinformación del consumidor.

Crían y venden “pollos del corral”, que gracias a la publicidad, en el imaginario de la gente son percibidos como criados en un entorno bucólico, con alimentación “natural”, cuando en realidad, más allá de su precio, no se diferencian en casi nada de los “pollos industriales”.

Se alimentan con el mismo concentrado, hecho con los “satanizados” granos transgénicos, y quienes los compran al doble del pollo industrial, creen que están llevando a sus casas lo más parecido a un “pollo orgánico”. Claro, las avícolas que los promocionan tampoco han llegado al descaro de ofrecerlos como estos últimos; algo de pudor les queda para no pedir los 10 euros que se cobran por el kilo de “pollo orgánico”, casi el doble del kilo de pollo del corral.

La normatividad no exige que se detallen en el empaque algunas condiciones de cría y alimentación. Uno de tantos vacíos que la creatividad – despabilada por el ánimo de lucro – entra a llenar. Y casos como estos hay muchos. Urge entonces, como lo hemos dicho en otras ocasiones, mayor claridad y rigor en las normas (en casi todo el mundo inexistentes y donde las hay, todavía vagas) para cerrarle el paso a estas distorsiones que en realidad son un timo disfrazado, o por lo menos, tienen toda la posibilidad de serlo.

Todos debemos hablar el mismo idioma, poner las mismas condiciones y acordar los mismos controles. Ah, y pagar en consecuencia los extracostos. En otras palabras, es necesaria la construcción concertada de esta nueva realidad que exigen los consumidores y que debe ser atendida con rigor y verdad. Hay que hacerlo por ellos y por el buen suceso de la industria.

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