El fipronil y la necesidad de empezar de nuevo

Los sonados casos de inseguridad sanitaria en la avicultura deben provocar que se sincere esta actividad, incluyendo la acertada difusión de tantas buenas prácticas y el verdadero riesgo a la salud humana.

Austin Alonzo
Austin Alonzo

Hace unos días tuve la oportunidad de charlar con un comercializador alemán de equipos para la producción avícola que me comentó su pensar y lo que ha sido su día a día en esta aciaga época para el buen nombre de la sanidad avícola, sobre todo por culpa de la muy mediática contaminación con fipronil en los huevos del Viejo Continente.

Grosso modo, dijo que la proliferación de casos (ya son 17 países que reportan contaminación) se ve alimentada en buena parte por el deseo de los actores de la cadena productiva y de comercialización de aparecer como víctimas. Así es. Gran parte de las pérdidas que hasta ahora, en un cálculo preliminarísimo, va en 160 millones de euros, la están asumiendo aseguradoras y arcas estatales.

“Llaman a pedir que revisen su producción o inventarios, y si sale positivo de fipronil y están asegurados, pues ¡bingo!; y si no, tienen una certificación y pueden vender el producto al doble en un mercado desabastecido”, explicó agregando que para el negocio de equipos avícolas en Europa, esta situación es una gran oportunidad: está siendo aprovechada para renovarlos con modelos nuevos inspirados en el bienestar animal, como aviarios y jaulas enriquecidas.

Pero como no hay fiesta gratis, el golpe a la credibilidad del sector agroalimentario seguirá pasando factura. Junto a los infaltables brotes de influenza aviar, este año hemos presenciado el escándalo de la carne brasileña en marzo, la disputa por los pollos clorados entre británicos y estadounidenses en julio, y ahora los huevos con fipronil en agosto.

Como lo he comentado en otras oportunidades, mucha de esa mala prensa se puede evitar con consenso, sentido de gremio y adecuada información. Por ejemplo, para que la salud se vea perjudica por el consumo de huevos con fipronil, cada persona debe comerse 10,000 unidades contaminadas (eso multiplica por 28 la ingesta anual de los mexicanos, los mayores consumidores del mundo).

Además, la disputa de los pollos clorados suena a sainete cuando se sabe que los servicios de salud británicos recomiendan no lavar el pollo antes de cocinarlo para evitar contaminaciones cruzadas por salpicaduras (al fin qué, ¿el pollo británico está limpio o no?). Y del caso brasileño solo se podría decir que la corrupción supera cualquier control, incluso los que han demostrado ser confiables. Son algunas personas las falibles, no los procesos.

Se propone entonces la transparencia necesaria del muy manido concepto del “vaso medio lleno”, pero aplicada al negocio avícola, una importante actividad que está dejando que otros decidan cómo se debe ver a sí misma y frente al mundo.

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