Es un tema sobre-diagnosticado, pero no por ello menos vigente. Alrededor de una tercera parte de los alimentos que tanta investigación acumulada y esfuerzo diario le cuestan producir a la agroindustria mundial, termina en la basura sin que ninguna boca humana la haya tocado para saciar su apetito.
Son 1,300 millones de toneladas de comida y pérdidas totales de 750,000 millones de dólares anuales, según la FAO, entidad que también nos dice que solamente con una cuarta parte de ese desperdicio se acabaría con el hambre en el mundo (algo que refuerza mi creencia de que este planeta no está tan superpoblado como mal manejado, pero eso ya es otro cuento).
Y de esas cifras del despilfarro, ¿qué tanto le corresponde al negocio avícola? Parece que no mucho, pues si algo caracteriza a esta industria es la eficiencia a lo largo de su cadena productiva. Lograr un kilo de carne de pollo necesita poco más de kilo y tres cuartos de granos, una contundente conversión a la que no se acerca ninguna otra proteína. Para un huevo se requieren 120 g, cuando hasta hace unos años eran 200 de maíz y soya.
Por ese lado, la culpa del hambre por desperdicio parece poca. Incluso, hay casos exitosos en los que se usan panificados y lácteos caducados –no comercializables, pero inocuos- para alimentar gallinas y pollos. Punto adicional. Ahora, por mala manipulación en granjas y plantas de faenado, se pueden averiar huevos o afectar huesos y músculos, deteriorando las características organolépticas deseadas por el consumidor.
Rara vez esos alimentos de origen avícola terminan en los vertederos. Sirven para preparados como embutidos, ovoproductos o se venden a un menor precio, sin afectar su inocuidad. Sin embargo, mucho pollo y huevos aptos para ser comidos terminan en la basura, aunque no sea por cuenta directa de los avicultores.
Prácticas tan cuestionables como tirar todo un cartón de huevos en un supermercado porque solo uno está roto, ayuda a vender más huevos, pero no le sirven al planeta ni a los estómagos vacíos. Parece que la cadena del desperdicio empieza entonces en los consumidores mayoristas y detallistas, lo cual tampoco puede dejar tranquilos a los empresarios avicultores.
Como parte de este mundo (cuando no testigo complaciente de tan aberrante despropósito), el gremio avicultor en cada país y a nivel global no puede dejar de incentivar el consumo responsable de los alimentos que produce. Un propósito colectivo que también ayudaría a dejar más corazones contentos.