A falta de regulaciones oficiales en materia de bienestar animal, América Latina es tierra de promisión para diversas consultoras del primer mundo que buscan imponer aquí su modelo de certificación. Todas tienen un punto de vista al respecto -y claro- cada una asegura que tienen la mejor, la más completa, la más favorable, la más aceptada alternativa.
Repasando entre tanta variedad (sin demeritar ninguna, por supuesto), bien vale la pena reparar en una que no solamente tiene antecedentes milenarios (más de cinco mil años), sino también una merecida buena reputación. Se trata de la certificación kosher, la cual acredita el adecuado modo de hacer las cosas para la comunidad judía, en todo y no solamente en la producción de alimentos.
La palabra “kosher” es una derivación de la hebrea “kashrut”, que significa “puro”, y algo lo es para esta comunidad si en su elaboración o proceso se siguieron directrices contenidas en sus libros sagrados. En nuestros países, pese a que la comunidad judía no representa un nicho numeroso, varias avícolas han encontrado que producir pollos y huevos certificados como kosher es una buena idea.
Y lo es porque una acreditación de este tipo da fe de procedimientos que están en sintonía con la creciente tendencia del tratamiento ético hacia los animales de producción. Por eso, alimentos con la certificación kosher son buscados por compradores que, sin ser judíos, buscan ser consumidores responsables en ese aspecto. Incluso, los musulmanes también los encuentran apropiados para ellos.
Es relativamente más fácil lograr la certificación kosher para la producción de huevos, sobre todo si ésta se da con ponedoras libres de jaula. En el pollo es más complicado, pues el sacrificio lo debe hacer un matarife ritual (“schochet”), infringiendo el menor dolor posible y siguiendo un proceso relativamente dispendioso. Pero tampoco es que sea cosa sencilla con las gallinas y sus huevos.
Básicamente, las ponedoras deben sufrir el menor nivel de estrés al igual que todo aquello que las rodea: tanto los encargados en su manutención como un entorno productivo basado en buenas prácticas ambientales y socialmente responsables. En fin, una certificación kosher, que se gestiona preferiblemente ante el rabino de mayor predicamento local, va más allá de la producción eficiente y ganársela es percibido como signo cierto de que el compromiso del productor con la excelencia es, por decirlo de alguna manera, trascendente.