El riesgo de que los antibióticos dejen de cumplir su función curativa no es nada desdeñable. Sin embargo, poco contribuye a superar ese peligro la desinformación y los sesgos políticos que pueden provocar la desviación de esfuerzos necesarios y útiles en frentes más pertinentes.
El dedo acusador en este tema vuelve a posarse sobre la producción de proteína animal, y en este mismo rubro, la avicultura no se escapa al señalamiento. En esto debemos reconocer que nuestras propias decisiones u omisiones informativas poco han ayudado a poner las cosas en una objetiva y adecuada perspectiva.
¿Por qué llamamos “promotores de crecimiento” a los antibióticos preventivos, cuando es más preciso y deja sin espacio a equívocos conspirativos algo como “mejoradores de desempeño”? No son un capricho prescindible; sin ellos, difícilmente se puede concebir nuestra agroindustria, que no obstante sigue trabajando por reducir su uso al máximo.
Europa, faro en investigaciones agropecuarias, no ha podido eliminar su uso sin perjudicar la productividad, alcanzando reducciones máximas de solo el 13 por ciento. La razón: los mejoradores de desempeño cumplen cuatro funciones en el metabolismo de las aves y, hasta el momento, no se conoce un solo reemplazo que cubra por el mismo precio todos esos frentes (se necesitarían cuatro compuestos en vez de uno).
Algo hay que hacer y sin duda la avicultura debe contribuir a esta causa común, que por lo mismo no se nos puede atribuir la mayor parte de la culpa y, por ende, el mayor peso en la responsabilidad de las soluciones. Si algo se sabe sobre la resistencia microbiana es que esta tiene que ser multicausal.
Una de cada 3 recetas médicas de antibióticos en humanos es innecesaria; la evolución natural bacteriana hace lo propio (se han descubierto microbios en cavernas que, pese a no estar expuestos por milenios al exterior, son resistentes a los antibióticos actuales); la pésima disposición de residuos con compuestos activos en factorías de multinacionales químicas en China e India bien podría explicar por qué en esos países sea recurrente la presencia de “superbacterias”.
En fin, hay que reconocer que estamos todavía a ciegas en varios aspectos posibles, por lo cual es tan injusto endilgar culpas alegremente, como aceptarlas con actitud vergonzante. Desde la avicultura hay que dar el debate y al mismo tiempo dar a conocer nuestro claro compromiso.
Seguimos mejorando en bioseguridad (evita el uso de antibióticos terapéuticos), profundizamos en bienestar animal (menores densidades y mayor celo en la nutrición, pues 3 por ciento de impurezas ocasionan el 70 por ciento de la contaminación intestinal), y hacemos una petición sentida a los laboratorios para que produzcan nuevos antibióticos de uso exclusivo en animales. Esto es entre todos.