A la confirmación de un brote de cualquier enfermedad virulenta en la agroindustria, viene una seguidilla de reportes que en cadena y como efecto dominó, hablan del cierre de mercados extranjeros para el pollo procesado y derivados que provengan del desafortunado país en donde se descubra el episodio de marras.
Es una práctica extendida, estandarizada y avalada por organismos sanitarios internacionales. Es innegable. Pero no por eso deja de antojarse un tanto exagerada, por lo menos para mí, aunque la verdad creo no ser el único que lo piensa ni tampoco el más calificado (ya quisiera yo).
Para no comprometer nombres, hablemos de los tozudos hechos: por ejemplo, jamás se ha registrado un caso de contagio de influenza aviar que haya sido fruto del contacto con carne procesada de pollo o de cualquier ave, ni como zoonosis ni tampoco de un filete importado a un ave viva (que es un evento improbable hasta como sabotaje). Y menos de Newcastle, porque de darse la remota posibilidad de llegar a la persona que lo consumirá, ese virus no encuentra un huésped idóneo para prosperar.
Los virus necesitan un acogedor ser vivo para medrar, es decir, reproducirse y expandirse a otros huéspedes. Son microorganismos que mueren con relativa rapidez si muere el animal o la persona que los aloja. Por eso su propagación se da entre seres vivos: un ave silvestre que interactúa con una doméstica, y luego ésta podría llegar a contagiar otras y hasta un ser humano si entra en contacto con secreciones frescas del plumífero infectado.
Eso de por sí descarta y por mucho a una pechuga o unos muslos congelados como vectores de transmisión, más si tenemos en cuenta todo por lo que tiene que pasar ese trozo de carne procesada para llegar legalmente a otro país. Veamos.
Primero, solo puede exportarse carne beneficiada en mataderos autorizados y estos para serlo deben cumplir con estrictas normas como la previa revisión de los animales, a cargo de veterinarios. Eso impide que se sacrifiquen ejemplares atacados con cepas virulentas; pero digamos que el animal estaba apenas incubando el virus, no mostró síntomas y pasó ese filtro.
En el procesamiento se somete la carne a altas temperaturas para el desplume y a lavados con sustancias desinfectantes aprobadas que no alteran sus propiedades; y si es para exportar, pues inmediatamente se congela y empaca. El virus tendría que ser una suerte de zombi para sobrevivir todo aquello, y eso que no hemos tenido en cuenta que nadie come pollo crudo y si algún “virus zombi” sobrevivió tal viacrucis, será pasto de las brasas o del agua hirviendo.
Y si lo dicho aplica para el pollo crudo, muchísimo más para los derivados que son sometidos a controles y procesos antimicrobianos rigurosos para cumplir durante su fabricación con criterios de calidad e inocuidad internacionales. En conclusión: los virus zombis no existen, pero las razones políticas sustentadas en un remotísimo quizás y disfrazadas de acuciosidad sanitaria, sí, y siguen reproduciéndose.